Las palabras del relator de Naciones Unidas son el último llamamiento sobre el impacto de la obesidad en la salud mundial, que se ha venido a llamar la epidemia del siglo XXI. Según la Organización Mundial de la Salud, aunque el hambre es aún un problema para unos 800 millones de personas, la mala dieta lo es aún mayor: unos 1.400 millones de personas tienen obesidad o sobrepeso en el mundo, y estas malas dietas se relacionan con problemas cardiovasculares, diabetes, osteoartritis y algunos cánceres (mama, endometrio, colon)
Este esfuerzo refleja un efecto pendular: se ha pasado de una preocupación por la insuficiente alimentación a lo contrario. De hecho, el 65% de la población mundial vive ya en países donde hay más muertos por comer de más que por comer de menos. Los últimos datos de la OMS indican que 800 millones de personas pasan hambre, frente a los 1.400 millones que tienen sobrepeso. Y estas malas dietas se relacionan con problemas cardiovasculares, diabetes, osteoartritis y algunos cánceres (mama, endometrio, colon). Además, el sobrepeso se relaciona con el 23% de las enfermedades cardiovasculares, el 44% de la diabetes, la osteoartritis y tumores de mama, endometrio y colon.
Expertos como José López Miranda, del Centro de Investigación Biomédica en Red para la Obesidad y la Nutrición (Ciberobn), afirma que el problema de la obesidad “es mucho mayor que el del tabaco”. “Casi la mitad de la población de los países desarrollados tiene obesidad o sobrepeso y, mientras el tabaquismo está en descenso, los problemas asociados a una mala dieta van en aumento”, dice.
La directora general de la OMS, Margaret Chan, abundó en esta situación ayer durante la inauguración de la Asamblea Mundial de la Salud. “Parte del mundo está literalmente comiendo hasta morir”, dijo. “No vemos ninguna prueba de que la prevalencia de la obesidad esté disminuyendo en ningún sitio. Los alimentos muy elaborados y las bebidas cargadas con azúcar son ubicuas, populares y baratas”.
Tampoco hay unanimidad sobre las medidas propuestas por Schutter. Por ejemplo, Dinamarca y Hungría plantearon en 2011 imponer una tasa sobre las grasas saturadas, pero los daneses la retiraron dos años más tarde. También Dinamarca, Noruega, Australia y Finlandia han planteado un impuesto sobre las bebidas azucaradas, lo mismo que Italia y Francia. En EE UU, el exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg abanderó la prohibición de las bebidas supergrandes, pero no la sacó adelante.
La patronal de la industria alimentaria española, FIAB, afirma que “no hay evidencia científica alguna de que los impuestos, y en especial los discriminatorios, sean la solución para resolver problemas complejos como los relacionados con las dietas y con estilos de vida”, y señala que, en España, la ingesta media de calorías ha bajado un 13% entre 1964 y 2012. Por eso insiste en que “no hay alimentos buenos o malos”, y que formas de vida como el sedentarismo son clave en la obesidad.
En cambio, la idea de usar impuestos para desincentivar ciertos alimentos le parece “fantástica” a López Miranda. “Con los ácidos grasos trans sería lo más adecuado, porque el ser humano puede vivir sin ellos. Lo mismo sucede con los azúcares añadidos. Con la sal es distinto, porque, aunque está en la naturaleza, sí necesitamos cierto suplemento”.
Fuente El País